Leyenda de La Llorona

La leyenda cuenta, que mucho, mucho tiempo atrás, hubo una lluvia torrencial, de varios días en todo Aibonito. Una tarde que una doncella regresaba a su casa. Blisinia Albey, que así se llamaba la doncella, regresaba a la casa de sus padres. Caminaba a pie, como de costumbre, ya que en aquellos tiempos no había autobús públicos. Llevaba a su hijo Paulino a la cintura y un paquete de ropa en la cabeza. Blisinia vivía en un sector de familias pobres que trabajaban en el cultivo del tabaco, y otros productos agrícolas. Estas familias llegaron a Aibonito de diferentes sitios en busca de trabajo.

Cuenta la leyenda, que Lorenzano había llegado a la barriada procedente del sector Abejas, en busca de sus familiares y trabajo y fue allí que vio a la bella joven por primera vez. Al verla se enamoró perdidamente de ella. Esta hermosa joven, alta, trigueña, y de buen porte también se enamoró del joven y bien parecido Lorenzano.

Una noche, ésta se escapó con el joven Lorenzano, a pesar de los ruegos de su familia que se oponían a los amores porque el joven era dado a la bebida. Él se la llevó para un pueblo costero. Pasaron varios meses, y un día Blisinia regresó a casa de sus ancianos padres, embarazada.

Pasando el tiempo nació su hijo, al que llamó Paquito.

Esa lluviosa tarde, en que regresaba a su casa, al llegar al puente se detuvo. Se sentó en uno de los muros y en un descuido su niño cayo al río y la corriente se lo llevó. Por más que ella gritó, pidiendo socorro nadie la oyó. La joven enloqueció de dolor y, todas las noches al dar el reloj las doce campanadas, la podían ver por el punte llorar a su hijo amado. Así fue, hasta que falleció.

Se dice que cuando Lorenzano regresó, ya todos habían muerto: Blasinia, sus padres y toda la familia. Lorenzano al no encontrar a nadie, decidió marcharse. Al pasar por el puente, justamente debajo, escuchó el llanto de hambre de un niño. Buscó dentro de una bolsa que llevaba y sacó un pedazo de pan y empezó a mojarlo con su boca y ya blandito se lo dio al niño. Este lo miro con ojos grandes y en ese momento, Lorenzano vio que el niño tenía una boca grandísima y unos dientes grandes.

¡Jesús, si éste es Satanás!                             

Y el fenómeno desapareció en el puente. Se cuenta que en el lugar todavía, a medianoche, a veces se oye una mujer llorando por su hijo.